jueves, 27 de mayo de 2010

Pase lo que pase con nosotras...


Pase lo que pase con nosotras, tu cuerpo

vivirá en mí... tierno, delicado,

tu forma de hacer el amor,

como la fronda semi enroscada del helecho en espiral en los bosques

recién bañados por el sol. Tus viajeros y generosos muslos

entre los cuales mi rostro entero se hunde una y otra vez...

la inocencia y sabiduría del lugar que mi lengua ha encontrado ahí...

La viva, insaciable danza de tus pezones en mi boca...

Tu forma de tocar, firme, protectora, investigándome,

tu lengua fuerte y tus finos dedos

llegando donde te estuve esperando por años,

en mi rosa, húmeda cueva...

Pase lo que pase, esto es.

LA OFRENDA




Para probar que aun más que a mí misma la amo,
A la mujer que quiero le ofreceré mis ojos.

Le diré en tono tierno, jubiloso y humilde:
-He aquí, amada mía, la ofrenda de mis ojos.

Te entregaré mis ojos que tantas cosas vieron.
Tantísimos crepúsculos, tanto mar, tantas rosas.

Estos ojos -los míos- se posaron antaño
En el altar terrible de la remota Eleusis,

En la belleza sacra y pagana de Sevilla,
En la Arabia indolente y en sus mil caravanas.



Vi Granada, cautiva vana de sus grandezas
Muertas entre cantares y perfumes muy densos.

La pálida Venecia, Dogaresa muriente,
Y Florencia que fuera la maestra de Dante.

La Hélade y sus ecos de un llanto de siringa
Y Egipto acurrucado frente a la gran Esfinge.

Junto a las olas sordas que sosiega la noche
Vi tupidos vergeles, orgullo en Mitilene.

He visto islas de oro en templos perfumados,
Y ese Yeddo y sus frágiles voces de japonesas.

Al azar de los climas, las corrientes, las zonas
Incluso vi la China y sus rostros amarillos.

He visto islas de oro donde el aire se endulza
Y sagrados estanques en los templos hindúes,

Templos donde perduran inútiles saberes...
¡Te regalo, mi Amada, todo lo que he mirado!

Y regreso trayéndote cielos grises y alegres,
A ti que te amo tanto, la ofrenda de mis ojos.

Safo A Cleis



Me amo en ti,

y

en tu figura,

me miro,

transformada

con la forma de mi sueño.

Al acariciarte

es mi reflejo
el que acaricio

narciso

en el espejo de tu cuerpo.

Me miro, así,

toda yo

vuelta carne tuya,

belleza que amo,

seda que acaricio
en tus mejillas.

Sabor de tu piel

en la blanca corola

de tus senos

y en la oscura y dulce fruta

de tu sexo.

Lenta y deleitosa
te recorro

con mis dedos

más sabios en
formas que los de Fidias,

y vuelvo un
cinturón de oro

mis brazos en torno

a tu cintura,
mientras ávidas

mis piernas

-como lianas-
se enredan en las tuyas

al tiempo que no hay límite

entre tu boca y la mía.

¿Tú o yo?
¿Cuál soy?

¿o cuál tú eres?

Fundidas en el placer

todo se borra,

y sobre el lecho, entre
los deshojados jacintos

de las rotas guirnaldas
-con que nos adornamos

para el íntimo festejo-
sólo sé

que soy llama

encendida en tu aliento.


Enajenada en ti

sin tiempo

y sin fronteras.
Perdida el borde de mi cuerpo,

en las oscuras aguas

del orgasmo,

me entrego hasta morir
en tu belleza.

SEÑORA MÍA


Pedirte, señora, quiero
de mi silencio perdón,
si lo que ha sido atención
le hace parecer grosero.

Y no me podrás culpar
si hasta aquí mi proceder,
por ocuparse en querer,
se ha olvidado de explicar.

Que en mi amorosa pasión
no fue descuido, ni mengua,
quitar el uso a la lengua
por dárselo al corazón.

Ni de explicarme dejaba:
que, como la pasión mía
acá en el alma te veía,
acá en el alma te hablaba.

Y en esta idea notable
dichosamenta vivía,
porque en mi mano tenía
el fingirte favorable.

Con traza tan peregrina
vivió mi esperanza vana,
pues te pudo hacer humana
concibiéndote divina.

¡Oh, cuán loca llegué a verme
en tus dichosos amores,
que, aun fingidos, tus favores
pudieron enloquecerme!

¡Oh, cómo, en tu sol hermoso
mi ardiente afecto encendido,
por cebarse en lo lúcido,
olvidó lo peligroso!

Perdona, si atrevimiento
fue atreverme a tu ardor puro;
que no hay sagrado seguro
de culpas de pensamiento.

De esta manera engañaba
la loca esperanza mía,
y dentro de mí tenía
todo el bien que deseaba.

Mas ya tu precepto grave
rompe mi silencio mudo;
que él solamente ser pudo
de mi respeto la llave.

Y aunque el amar tu belleza
es delito sin disculpa
castígueseme la culpa
primero que la tibieza.

No quieras, pues, rigurosa,
que, estando ya declarada,
sea de veras desdichada
quien fue de burlas dichosa.

Si culpas mi desacato,
culpa también tu licencia;
que si es mala mi obediencia,
no fue justo tu mandato

Y si es culpable mi intento,
será mi afecto preciso,
porque es amarte un delito
de que nunca me arrepiento.

Esto en mis afectos hallo,
y más, que explicar no sé;
mas tú, de lo que callé,
inferirás lo que callo.

Mi divina Lysis


Divina Lysis mía:
perdona si me atrevo
a llamarte así, cuando
aun de ser tuya el nombre no merezco.

A esto, no osadía
es llamarte así, puesto
que a ti te sobran rayos,
si en mí pudiera haber atrevimientos.

Error es de la lengua,
que lo que dice imperio
del dueño, en el dominio,
parezcan posesiones en el siervo.

Mi rey, dice el vasallo;
mi cárcel, dice el preso;
y el más humilde esclavo,
sin agraviarlo, llama suyo al dueño.

Así, cuando yo mía
te llamo, no pretendo
que juzguen que eres mía,
sino sólo que yo ser tuya quiero.

Yo te vi; pero basta:
que a publicar incendios
basta apuntar la causa,
sin añadir la culpa del efecto.




Que mirarte tan alta,
no impide a mi denuedo;
que no hay deidad segura
al altivo volar del pensamiento.

Y aunque otras más merezcan,
en distancia del cielo
lo mismo dista el valle
más humilde que el monte más soberbio,

En fin, yo de adorarte
el delito confieso;
si quieres castigarme,
este mismo castigo será premio.